La muerte de Jesús en la cruz le ha había convertido en alguien maldito, en alguien indeseable a los ojos de todos, era un perdedor… Los fariseos debieron pensar que acabando con él se terminaría con todo. Por su parte los apóstoles estaban tristes, desesperanzados, desunidos… Sin embargo, Dios dio la vuelta a esta situación, revocó esta sentencia de muerte. Con la resurrección Dios vino a decir que a pesar de lo que todos pudieran pensar y sentir este reo ajusticiado a muerte tenía razón, era el Hijo de Dios y su mensaje de amor ya no ha podido detenerse. Hoy, más de dos mil años después, seguimos siendo testigos y celebrando que Jesús está en nuestra vida y sigue animando todo lo bueno de este mundo.


Los discípulos se volvieron a casa. María estaba frente al sepulcro, afuera, llorando. Llorosa se inclinó hacia el sepulcro y ve dos ángeles vestidos de blanco, sentados: uno a la cabecera y otro a los pies de donde había estado el cadáver de Jesús. Le dicen: ---Mujer, ¿por qué lloras? Responde: ---Porque se han llevado a mi señor y no sé dónde lo han puesto.  Al decir esto, se dio media vuelta y ve a Jesús de pie; pero no lo reconoció. Jesús le dice: ---Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella, tomándolo por el hortelano, le dice: ---Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo iré a buscarlo.  Jesús le dice: ---¡María! Ella se vuelve y le dice en hebreo: ---Rabbuni --que significa maestro”.  (Jn. 10, 1-16).