No es fácil esto de la oración. Acostumbrados a que en la vida todo salga adelante con nuestro esfuerzo, no nos resulta fácil aceptar que sea otro el que marque el ritmo. Acostumbrados a una vida en la que todo se puede conseguir al instante, no es fácil aprender a ganar en paciencia. No es fácil un aprendizaje donde no hay una fórmula que garantice el éxito.

Buscar a Dios en un proceso sin final en nuestra vida. Por más veces que lo hayamos sentido junto a nosotros, una y otra vez volverán a nosotros las dudas, la sequedad, la distancia... Pero todo ello es oración. Porque oración es el encuentro con Dios, pero también el tiempo de búsqueda.

Pedid, y recibiréis; buscad y encontraréis; llamad y os abrirán. Porque todo el que pide recibe; el que busca encuentra, y al que llama le abren. ¿Qué padre, entre vosotros si su hijo le pide un pez, le va a dar en vez del pescado una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le va a dar un escorpión? Pues si vosotros, aun siendo malos, sabéis dar a vuestros hijos cosas buenas, ¿cuánto más el Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan? (Lc 11, 9-13)

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