En ocasiones pensamos que, para acercarnos más a Dios, para sentir su presencia, para buscar "certezas" espirituales o "consolación" que diría san Ignacio, tenemos que esforzarnos nosotros más, buscar a aquel conferenciante famoso, escapar a aquel paisaje tan hermoso y remoto... Y esto está bien en lo que tiene de "buscar", siempre y cuando no centremos la búsqueda en nuestras propias fuerzas...

Pero Jesús, en el evangelio de ayer, nos propone un camino complementario y más sencillo: volver a hacernos niños, incluso "volver a nacer" que le diría a Nicodemo. Sí; sólo podremos descubrir a Dios si desempolvamos estas cualidades: sencillez, alegría, inocencia, capacidad de descubrir y sorprenderse... y sobre todo: confianza.
Igual que un niño en brazos de su padre jamás piensa que su padre le va a abandonar, o dejar que caiga al suelo, así nosotros también deberíamos confiar en que Dios jamás nos va a abandonar, incluso aunque estemos pasando nuestra noche más oscura. Al verdadero niño, simplemente no se le pasa por la cabeza. Sólo los adultos desconfiamos de Dios, porque las decepciones que hemos tenido con los hombres nos hacen también desconfiar de todo lo demás.

Por eso hoy es más necesario que nunca, y más contracultural que nunca, volver a confiar en la Humanidad y en el Dios que creó y sostiene la Humanidad. Sólo en este estado especial, este "brillo" del alma, podrá manifestársenos Dios de nuevo, volverá a presentársenos nuestro Padre como tal.
Mucho de esto ya lo cantaron Los Secretos en su famosa canción:

"con ese brillo que te vuelve un niño, 
llegaste como si tal cosa"



En aquel tiempo, le presentaron unos niños a Jesús para que les impusiera las manos y orase por ellos. Los discípulos regañaron a la gente; pero Jesús les dijo:
“Dejad que los niños se acerquen a mí, no se lo impidáis, porque de los que se hacen como ellos es el Reino de los cielos”. Después les impuso las manos y continuó su camino. (Mt 19, 13-15)