La figura de Marta nos retrata muy bien a muchos de nosotros, siempre preocupados por ofrecer lo mejor a Jesús y, por ello, inquietos, atareados, con frecuentes reuniones, actividades y compromisos. Entre mil urgencias y contingencias, nos cuesta encontrar ese tiempo que dedicar a la oración, para hablar con nuestro Padre bueno. Una fuente de la que bebe nuestro ser cristianos y que hace siempre fresco nuestro compromiso. Si no acudimos con frecuencia a la fuente, al final, como Marta, nos olvidaremos de que el centro está en Jesús, y no en las propias tareas o su eficacia.

"Yendo de camino, entró Jesús en una aldea. Una mujer, llamada Marta, lo recibió en su casa. Tenía una hermana llamada María, la cual, sentada a los pies del Señor, escuchaba sus palabras.Marta se afanaba en múltiples servicios. Hasta que se paró y dijo:
-Maestro, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en esta tarea? Dile que me ayude.
El Señor le replicó:
-Marta, Marta, te preocupas y te inquietas por muchas cosas, cuando una sola es necesaria. María escogió la mejor parte y no se la quitarán"
(Lc 10, 38-42)


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