Adviento es tiempo de espera y de preparación; de espera en que vuelva de nuevo Jesús a esta Tierra seca; y de preparación porque debemos poner los medios para que estemos receptivos a Dios, que encuentre nuestra "casa" confortable y acogedora (no como la posada que no le quiso recibir).

La cuestión es que:
- Lo primero depende sólo de Dios. Que Dios quiera hacerse presente en tu corazón y en tu entorno es un regalo, no depende de nuestros méritos. Sólo nos queda pedir ¡Ven, Señor Jesús! porque hay tantas realidades a nuestro alrededor que te necesitan... Y esta espera esperanzada se cultiva en la oración.
- Lo segundo depende de nosotros. No esperamos que se produzca algo mágico, caido del cielo sin más, sin nuestra participación; esperamos de forma activa, implicándonos personalmente. Nos corresponde a nosotros quitar de esta "casa" todo lo que impide que nazca Jesús: la violencia, la soberbia, la envidia, el consumismo, la deshumanización... Y esta "casa" es mi corazón, pero también es mi entorno: trabajo, familia, realidades de exclusión social, etc. El trabajo en ambas realidades (interior y exterior) se nutre y sostiene desde la oración.
Por eso, en Adviento más que nunca, debemos renovar nuestro corazón y nuestras manos en la oración, con esperanza sin pasividad y con solicitud no voluntarista, por medio de la oración.