Fue la gente sencilla, la que vio la luz; fue la gente sencilla la que estaba dispuesta a acoger el don de Dios. No la vieron los soberbios, los arrogantes, los que todo lo saben, los que dictan las leyes según sus propios criterios personales, los que mantienen actitudes de cerrazón. Hagamos un rato de silencio en nuestro corazón para poder oír la voz del Amor, que quiere nacer en nuestra casa, en nuestra ciudad, en nuestro mundo.


“Y dio a luz a su hijo primogénito. Lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no habían encontrado sitio en la posada.  Había unos pastores que pasaban la noche al raso velando el rebaño por turno.  Un ángel del Señor se les presentó. La gloria del Señor los envolvió de claridad.  El ángel les dijo: ---No temáis. Mirad, os traigo una Buena Noticia, una gran alegría que será para todo el pueblo: Hoy os ha nacido en la Ciudad de David el Salvador, el Mesías y Señor”. (Lc 2, 7-11).