No por casualidad puso la Antigua Iglesia la fiesta de Todos los Santos junto al día de Difuntos, y ambas en noviembre. Ahora que va llegando el frío (en el hemisferio Norte), en una tarde lluviosa e desapacible, todo parece invitarnos al recogimiento y a una cierta nostalgia. Y en los tiempos actuales, parece aún más necesario que nunca este stop. Parece que el hombre actual esté siempre queriendo vivir en contra de la Naturaleza, de las estaciones y de la oculta sabiduría que esconden los tiempos pausados.
Es el tiempo oportuno y la hora adecuada para pararme y pensar cómo me siento, de dónde vengo y hacia dónde pienso caminar en esta vida, que en ocasiones se muestra más gélida que el propio invierno. Y para todo esto contamos con unas compañías privilegiadas: el testimonio de todos los santos que en el mundo han sido y de todas las personas que -en nuestro santoral particular- guardamos como un tesoro. En definitiva, son dos días para echar raíces y recordar cuáles son mis anclas, para no infravalorar el legado de todos los que nos precedieron y cuyas esperanzas estén -quizá- depositadas hoy en nosotros...

Alguien dijo que "Estamos hechos de lo que nos han amado y de lo que hemos sido capaces de amar nosotros; aunque lo segundo no deja de ser un buen intento de agradecer lo primero." Las personas que nos quisieron, o a las que quisimos entregarnos (aunque no siempre nos dejaran) van conformando nuestra esencia más profunda, van dibujándonos por dentro. Y, si aprendemos a mirar con la perspectiva de los tiempos pausados, podemos descubrir la mano amorosa de Dios, Padre-Madre, que va soñando cada trazo, acariciando cada giro que daba tu vida o la de aquellos que te influyeron.

Por eso, hoy más que nunca, Señor de mi historia, 
te daré gracias por los nombres y los días 
con los que Tú has llenado mis horas y mis sonrisas.
(Posted by JDL)