(Basado en Javier Melloni, sj. EIDES nº 30 Itinerario hacia una vida en Dios)
La oración no es sólo un tiempo, ni sólo una actividad, sino un estado de comunión. Toda comunión supone un “yo” y un “tú”. Ahora bien, cuanto más ahondamos en nuestro “yo”, más nos adentramos en el “Tú” de Dios, hasta convertirnos en Uno. No es un itinerario único ni marcado por igual para todos, pero en general sí podemos distinguir tres etapas en la vida de oración:

1.- En la necesidad, el centro de gravedad es mi yo, mis exigencias, mis maneras limitadas de ver y de interpretar las presencias y ausencias de Dios... Aquí la oración casi siempre es de petición.

2.- En el deseo, el centro empieza a desplazarse hacia el Tú de Dios, y estoy más atento a lo que se me dice que a lo que yo quiero decir. Para percibir los matices de este desplazamiento, es ilustrativa la distinción que hace Teresa de Jesús entre "contentamientos" y "gustos". “Los contentamientos me parece que son aquellos que adquirimos con nuestra meditación y peticiones a nuestro Señor, y proceden de nuestra naturaleza” (Cuartas Moradas, 1,4). Es decir, se trata de una satisfacción que todavía se refiere a uno mismo. “Empiezan de nuestro propio natural, si bien acaban en Dios” (íbid.). Los “gustos”, en cambio, son don de Dios y no pueden ser provocados: “Todo nuestro interior se dilata y se engranda, y no se puede expresar todo el bien que resulta de ello” (4M 2,6). El yo va despojándose cada vez más de sí mismo para llegar a otra Orilla: el Silencio.

3.- En el silencio, ya no hay “yo” ni “tú”, sino una com-unión que va más allá del mero “nosotros”. No se trata tampoco de una fusión, si por “fusión” entendemos “disolución” de la propia identidad, sino que es la participación en la comunión trinitaria, en la que se da la unión de personas plenamente realizadas todas ellas. Como dice Henri Le Saux, “nunca alcanzaremos verdaderamente a Dios con un pensamiento objetivo, sino en el fondo mismo de la experiencia purificada del mi propio yo, que es participación del único Yo divino" aquel que me hace ser yo mismo. 

Otros amigos en la fe han dicho algo parecido, con menos palabras y más sugerencia:

Primero, yo hablo, Tú escuchas;
luego, Tú hablas, yo escucho;
más allá, no hablamos ninguno de los dos, los dos escuchamos;
al final, ninguno habla, ni escucha: sólo hay silencio.
[Anthony de Mello]

Dios es más íntimo que mi propio yo. 
[San Agustín]

Amar no es mirarse el uno al otro,
sino mirar juntos al horizonte
[Antoine de Saint Exupéry]

Posted by JDL